No deberías, no deberías
y lo sabes y lo haces.
(Contén el aliento,
y abrázate, como yo,
las rodillas)
Eres ese minotauro enjaulado
que cansado de no encontrar salida
ha hecho del laberinto
su propia morada.
Juegas con la doble moral
del silencio,
fingiendo,
tal y como lo hago yo,
que muerto el perro
acabada la rabia.
No deberías, no deberías
y lo sabes y lo haces.
Dueles
pero con la misma melancolía
de un domingo con una carta entre las manos,
y una sonrisa de contraportada
Eres, cielo de otra tormenta,
la mayor ironía de la vida:
esa lluvia que,
cansada de todo este aire
enrarecido y húmedo,
a decidido ser sólido
(Nunca fuimos racionales,
a veces dudo si por lo menos
fuimos, pero eso,
amor sin utilizar esa palabra,
es otra historia)
Y ahora todo el recuerdo
del juego de dos completos idiotas cómplices
es pesado
y triste,
muy triste.
No deberías, no deberías
y lo sabes y lo haces.
¿Y ahora quién soy yo
más allá de nuestros estúpidos planes?
Soy yo, yo con treinta monedas de plata
y con absurdo monólogo interior.
¿Quién eres tú? Ni aun entonces lo supe.
¿Qué quieres que diga,
si te quise o te quería?
¿ O algo como que enero y abril nunca sangraron?
No deberías, no deberías
esperar una torpe palabra
que no llegará entre éstas letras
aunque fuese cierto, que a ratos de más
de un suspiro te echo de menos.
No, no deberías leerme,
al igual que yo
no, no debería escribirte.
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