sábado, 9 de marzo de 2013

Sedientos de la propia saliva

Ella dijo: "baja la velocidad"
"Estamos quietos" dijo él.
Y surgieron las hambrunas,
la impaciencia, las ganas de saberse con las manos,
de morir o morder.
Aun sigue la duda.

Dijo él: "ya hemos llegado"
Y a penas se movieron de la habitación.
Nació el  mismo silencio de siempre, la misma indiferencia....
el mismo temor al miedo y esa valentía absurda.
Y se volvieron a besar, olvidando los versos.
Los putos versos transcritos de promesas.
Sedientos de la propia saliva

"Gracias por llevarme" dijo ella.
"Y por aniquilar todas las dudas"
 Gracias, en serio, por todo.
Por aquel `no vale la pena quererme´
Por dejar los sentimientos sobre la mesa,
en una urna de cristal rayada.
Con el anzuelo para el pez.

Dijo él: "Hasta la vista"
Y desistió de su propia felicidad,
de esa rutina diaria
de esos labios sin rosas ni lágrimas ni historias.
Dijo "Hasta la vista",
se vistió,
la abrazó como a las cosas que no duelen perder,
y se marchó.

Ella brindró
como quién ha conseguido un triunfo
Como quién sabe que eso es lo mejor.
 
La doble moral del silencio.



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